Por Israel Flores Olmos, Decano Facultad SEUT
A finales del año pasado, no imaginábamos tener dos grandes guerras de la magnitud que hemos visto, por desgracia. No cabe duda de que en el mundo hay dolor, sufrimiento, violencia y muerte. Esto lleva a muchas personas a la desesperanza o simplemente a vivir de espaldas a estas realidades. La celebración de la Navidad es precisamente vivir con los ojos abiertos, atentos a lo que está sucediendo. Nos recuerda, sobre todo, a un Dios que se encarnó en este mundo para acompañarlo y transformarlo, más allá de las fiestas de invierno. La primera Navidad se dio también en un contexto de guerras, invasiones y conquistas por parte del Imperio Romano, despojando tierras, arrasando ciudades e imponiendo por la fuerza su poder y dominio. En ese contexto bélico es en el que nace Dios para el mundo, pero lo hace discretamente, desde la periferia del Imperio y con una familia sencilla.
La Navidad tiene que ver con la historia de las pequeñas esperanzas que finalmente transforman el mundo y le dan sentido a la vida. Como esa familia de una pequeña provincia del Imperio que, por motivos políticos, tuvo que salir de su ciudad e ir a Belén, donde la madre tendría a su hijo en medio de un pesebre por no haber lugar donde quedarse. La imagen bíblica contrasta con las imágenes de las batallas, las guerras y los ejércitos. Alrededor del nacimiento de ese niño, el cielo dio sus señales, los pastores y gente venida de Oriente reconocerán dichas señales como una buena noticia. Hasta los ángeles se aparecieron para cantar: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lc 2:14).
La esperanza para el mundo no está en los mezquinos intereses que provocan las guerras, sino más bien en las disposiciones hacia lo pequeño, especialmente hacia los más pequeños, y nuestra labor con ellos, como es el caso de la educación y la formación que brindamos como institución educativa. Los esfuerzos que hacen los docentes para educar, formar y acompañar a los niños y niñas de nuestros colegios y, con ellos, todos los implicados en todas las áreas de la Fundación, son finalmente una muestra muy halagüeña del compromiso por la transformación de este mundo.
A pesar de los duros tiempos de conflicto, es esperanzador no dejar de realizar las labores de educación que tenemos entre manos. Lo podemos hacer con incertidumbre por el futuro o bien, viviendo plenamente el don efectivo que Jesús, el protagonista de la Navidad nos ha regalado: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14:27).
Os deseamos una feliz Navidad y un próspero año 2024.